El 15 de agosto de 1971 marcó un punto de inflexión en el sistema monetario internacional. Ese día, el presidente Nixon suspendió la convertibilidad del dólar en oro para fines oficiales, rompiendo así el mecanismo del patrón oro que había sostenido el sistema de Bretton Woods desde 1944. Estados Unidos estaba enfrentando desequilibrios de pagos y presiones inflacionarias, y la decisión respondió a la imposibilidad práctica de mantener equivalencias fijas frente a crecientes obligaciones externas.
Hoy, muchos observadores aventuran que EE.UU. no podrá cumplir con todas sus obligaciones financieras internacionales en el largo plazo, ya sea por acumulación de deuda, presiones inflacionarias, o creciente desconfianza sobre el valor del dólar. Sin embargo, declarar un “reset” global no es simplemente cuestión de voluntad: exige consenso geopolítico, acuerdos multilaterales y reordenamientos institucionales complejos. La historia demuestra que siempre habrá actores interesados en conservar su ventaja en el sistema monetario vigente.
Dentro de ese debate surge una propuesta: usar bitcoin + oro como unidad de cuenta global y los argumentos que se suelen esgrimir son:
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Bitcoin es accesible públicamente, finito (límite de 21 millones), descentralizado y tolerante a censura (no puede ser monopolizado por un Estado o entidad).
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El oro aporta un respaldo tangible con historia monetaria milenaria.
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Combinados podrían funcionar como una “unidad híbrida” que compense las debilidades individuales de cada activo.
Por ello se propone un índice: "Índice Nakamoto-Arosemena", donde 1 bitcoin = 10 gramos de oro. Si, por ejemplo, hoy el oro cuesta ~ US$119,4 por gramo, 10 gramos equivaldrían a ~ US$1,194. Así el valor de 1 bitcoin sería ~ US$118,122 para un índice Nakamoto-Arosemena de $98.93. Pero esta cifra debe recalcularse a diario conforme cambien los precios del oro y del bitcoin.
Críticas y desafíos:
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Volatilidad. Bitcoin sigue siendo extremadamente volátil en el corto plazo y su tendencia en el largo plazo es apreciarse frente al dólar.
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Infraestructura regulatoria. Los Estados y bancos centrales deben aceptar legalmente esa unidad.
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Liquidez y escalabilidad. Para convertir flujos globales (comercio, deuda pública) se requiere volumen y estabilidad.
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Riesgos de coordinación. Países con reservas en dólares pueden resistir la transición.
La idea está allí y va ganando atención, pero su implementación real depende de transformaciones institucionales profundas, no solo del “destino inevitable” y más de medio siglo después, la historia parece repetirse, pero en una escala mayor.
El economista y empresario Mani Thawani lo resumió en un post viral en X:
“Harán que el dólar pierda tanto valor que el oro llegue a $20,000 y el Bitcoin a más de un millón. Se declararán en quiebra, sacarán la moneda digital del banco central, convertirán todas las cuentas al nuevo sistema y borrarán la deuda. Reinicio completo del sistema. Desde cero.”
Lo que en redes suena apocalíptico, en realidad describe un proceso que ya está en marcha. Estados Unidos destina cerca del 30 % de su PIB solo al pago de intereses. Pronto será más y eso es impagable. Cuando un sistema no puede sostener su propia deuda, el “reset” no es una opción: es un desenlace. Pero la diferencia entre 1971 y hoy es que esta vez el mundo tiene alternativas:
Ni el oro ni el bitcoin necesitan permiso para existir. Ningún banco central puede emitirlos a voluntad. Ningún gobierno puede confiscar su algoritmo o falsificar su escasez. El oro es la memoria física del valor y Bitcoin es su versión digital, incorruptible, matemática.
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